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Una oportunidad de vivir: la travesía de los refugiados y migrantes venezolanos con VIH/SIDA

Historias

Una oportunidad de vivir: la travesía de los refugiados y migrantes venezolanos con VIH/SIDA

Más de 7.700 personas venezolanas que necesitan tratamiento para el VIH/SIDA han dejado su país, enfrentando desafíos adicionales en su trayecto para llegar a la seguridad y acceder a la atención médica.
30 November 2018
José * llegó de Venezuela en diciembre de 2017, durante las festividades de Navidad. Abandonar su país era su única opción. Tiene VIH y estaba siendo tratado con medicamentos vencidos, por lo que su salud estaba en riesgo. Además, fue víctima de discriminación y violencia por pertenecer a la comunidad LGBTI.

Después de un viaje de siete días y a miles de kilómetros de su hogar en Venezuela, Arturo* está sentado en un autobús a punto de llegar a Lima, y se empieza a sentir aterrorizado. El hombre de 47 años se pregunta si tendrá acceso a medicinas para el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH): “¿Será que moriré en este país, donde no conozco a nadie?”

Más de tres millones de personas refugiadas y migrantes han salido de Venezuela hasta ahora. La falta de medicamentos ha obligado a miles de venezolanos a buscar tratamiento y algo de esperanza en otros países, especialmente quienes padecen de enfermedades crónicas como el VIH/SIDA.

Para las personas que viven con VIH/SIDA, el acceso al tratamiento antirretroviral no solo significa una oportunidad de vivir, sino de tener también una vida normal. Más de 7.700 venezolanos viven con VIH/SIDA fuera de su país y necesitan tratamiento antirretroviral, de acuerdo con ONUSIDA.

Arturo fue diagnosticado en el 2000. Él tenía una vida cómoda y saludable trabajando como maquillista en Caracas, Venezuela, hasta hace dos años, cuando el acceso a la medicación antiretroviral se vio disminuida.

“Realmente me asustaba no tener mi medicación”.

Para obtener las medicinas que necesitaba, se vio obligado a recurrir a sus amigos doctores. Pero pronto, la situación se tornó cada vez más complicada. Arturo sintió que solo tenía una opción.

“Esto determinó mi decisión de irme”, dijo él. “Realmente me asustaba no tener mi medicación”.

Desde que salió de Venezuela hace seis meses, Arturo cuenta que cinco o seis de sus amigos con VIH/SIDA, que aún estaban en Venezuela, murieron.

En países como Perú y México se han reconocido algunos casos de personas venezolanas con VIH/SIDA como refugiados. Sin embargo, no hay una respuesta regional en América Latina que garantice a los migrantes y refugiados con VIH el acceso a medicamentos antiretrovirales. Su acceso a los medicamentos depende de las políticas de cada país, y varían ampliamente entre cada uno.

ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados y ONUSIDA brindan apoyo técnico a las ONG nacionales que trabajan para establecer una red regional que les permita a las personas con VIH contactar clínicas, hospitales, albergues y otras organizaciones que brindan asistencia humanitaria a quienes buscan tratamiento fuera de Venezuela.

“Los refugiados y migrantes de Venezuela que viven con el VIH necesitan acceso a tratamiento y atención antirretroviral salvavidas en los países de acogida, así como un acceso constante a información específica, educación y comunicación sobre prevención del VIH, asesoramiento voluntario, pruebas y condones”, dice la asesora del programa regional de ONUSIDA, Alejandra Corao.

Darwin (derecha), venezolano viviendo con VIH en Perú, junto a su compañero. Darwin es voluntario de AIDS Healthcare Foundation (AHF) en Lima.

Corao agrega que no proporcionar un acceso fácil al tratamiento antirretroviral puede convertirse en un problema de salud pública, ya que puede aumentar el riesgo de resistencia al VIH y la cantidad de nuevas infecciones.

Las personas refugiadas y migrantes evitan ir a los hospitales por temor a ser discriminados por su condición o a ser deportados, si no tienen residencia legal. Eso aumenta el riesgo de transmisión en los países de acogida.

Para su sorpresa, a Arturo solo le tomó 20 días para empezar su tratamiento en Lima. “La atención médica es asombrosa”, dijo él. “Inmediatamente empecé mi tratamiento. Todo el mundo fue muy respetuoso”.

En Perú, el acceso a los medicamentos antiretrovirales es oficialmente gratuito. Sin embargo, la disponibilidad y la efectividad del acceso no están garantizados. La organización socia del ACNUR, PROSA, informó sobre tres casos de venezolanos con VIH/SIDA que habían estado monitoreando y que murieron por no tener acceso oportuno al tratamiento antirretroviral. Los actores de la sociedad civil reportan ocho casos en total.

 “Tan pronto como les conté sobre mi condición, me pidieron que me fuera. Dijeron que podía infectar a otros”.

Además, la mayoría de los refugiados y migrantes no tienen acceso al sistema de salud pública, por ejemplo, cuando se trata del tratamiento de otras afecciones desarrolladas a partir del VIH.

“Pedimos cobertura universal”, dice Julio Rondinel, un psicólogo peruano que apoya a los refugiados y migrantes venezolanos con VIH en su grupo de terapia en la Asociación CCEFIRO. “El consumo de medicamentos antirretrovirales durante largos períodos genera síndromes metabólicos, como diabetes o presión arterial alta”.

Debido a su condición excepcionalmente vulnerable, los venezolanos con VIH/SIDA pueden solicitar un permiso especial de residencia en Perú. Para calificar, deben realizar un examen médico y pasar por algunos controles de salud, que pueden costar a unos 170 soles (50 dólares).

“Asegurar un acceso más amplio a la atención médica es esencial para las personas más vulnerables, como los refugiados y los migrantes con VIH/SIDA, cuyas vidas dependen de ello”, dice la Representante interina del ACNUR en Perú, Sabine Waehning.

La llegada de Willy a Perú no fue tan positiva como la de Arturo. A los 22 años de edad, se le diagnosticó VIH en septiembre de 2017 en Venezuela y el médico fue franco en su recomendación: “Si te quedas aquí, morirás”.

Después de algunos meses en Colombia y Ecuador, Willy llegó a la capital de Perú en agosto. Pasó sus primeros 10 días en un albergue. “Tan pronto como les conté sobre mi condición, me pidieron que me fuera”, recuerda Willy. “Dijeron que podía infectar a otros”.

Gracias a organizaciones sin fines de lucro como PROSA y AHF, pudo someterse a los exámenes médicos necesarios para acceder al tratamiento. Cuando se trata de la terapia antirretroviral en Perú, Willy solo tiene palabras de elogio. La atención médica fue “de primera categoría” y rápidamente comenzó el tratamiento.

“Aquí te sientes seguro”.

Willy ahora está tratando de completar sus exámenes médicos para poder solicitar el permiso especial de residencia. “Si no lo tienes, es muy difícil encontrar un trabajo”, dice.

Darwin, de 29 años, siente que ahora está contribuyendo a ayudar a otros como voluntario de AIDS Healthcare Foundation (AHF) en Lima. Aboga por el acceso al tratamiento y el apoyo para peruanos y venezolanos, acompaña a los venezolanos recién llegados con VIH/SIDA al hospital y los apoya en su búsqueda para acceder al tratamiento antirretroviral.

Si se hubiera quedado en Venezuela, Darwin habría muerto. Después de tres meses sin medicación estuvo muy enfermo por un virus estomacal, ya que era imposible encontrar antirretrovirales en los hospitales y eran demasiado caros en el mercado negro. Se debilitó tanto que no podía caminar. Perdió 34 kilos en cuatro meses. Darwin se dijo a sí mismo: “No me voy a rendir, quiero seguir viviendo”.

Él encontró la seguridad en Perú hace un año. Para él, los países de acogida deben ser más conscientes del hecho de que cualquier persona puede convertirse en refugiada: “Es como el VIH. Todos estamos expuestos. Nadie está a salvo de ese riesgo”.

Arturo obtuvo recientemente su permiso especial de residencia. Ahora toma ocho pastillas al día y trabaja como estilista en Lima. Salir de su casa fue difícil, pero está agradecido con Perú. “No es fácil porque cuando vienes te faltan muchas cosas”, dice Arturo. “Pero aquí te sientes seguro”.

* Nombre cambiado por razones de protección.

Reportaje adicional por parte de Regina de la Portilla en Lima.