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Jóvenes, abandonados y huyendo

Historias

Jóvenes, abandonados y huyendo

Abandonados por sus padres y tras huir de las maras de El Salvador, tres jóvenes hermanos navegan a través del proceso de asilo en México con el apoyo de ACNUR.
2 December 2016
Una oficial de protección de ACNUR habla con Moisés, Anderson y Jairo.

Para llegar a la escuela todos los días, los hermanos salvadoreños Anderson, de 17 años, y Jairo, de 14, tenían que tomar el autobús en el territorio de una violenta mara para llegar al controlado por otra mara rival, corriendo el riesgo de ser asaltados, asesinados u obligados a unirse a sus filas.


Cuando las maras intensificaron su acoso, y comenzaron a extorsionar a la familia, propietaria de una pizzería en su barrio natal al sureste de El Salvador, los dos chicos, su padre y su hermano mayor tuvieron que huir para salvar sus vidas. En ese momento, las cosas se complicaron.

Su madre los abandonó cuando aún eran niños. Después, mientras se encontraban en pleno proceso de asilo en México, su padre y su nueva novia desaparecieron de repente, cortando todo contacto con los hermanos.

"Si regresáramos allí, creo que nos matarían", dice Anderson. "Las maras nos dijeron que o nos uníamos o moríamos".

Sin padres que pudieran cuidar de ellos y sin posibilidad de volver a su hogar, Moisés, el hermano mayor, que tiene 20 años, se convirtió en el cabeza de familia. Ejerciendo el papel de tutor legal de sus hermanos menores, hace todo lo posible para ayudarles a empezar de nuevo en México.

Jóvenes como los hermanos Sánchez llamaron la atención de todo el mundo en 2014, cuando decenas de miles de menores no acompañados que huían de la violencia de las maras en sus ciudades terminaron en la frontera sur de los Estados Unidos.

"Si volvíamos allí, creo que nos hubieran matado. Las pandillas nos dijeron que nos uníamos o moríamos."

"Si regresáramos allí, creo que nos matarían. Las maras nos dijeron que o nos uníamos o moríamos".

En 2016, a pesar de que se ha reducido la cantidad de titulares sobre este tema, miles de jóvenes continúan emprendiendo los viajes desde El Salvador, Honduras y Guatemala, países sacudidos por el incremento de la violencia, hacia el norte.

"El flujo de menores no acompañados continúa siendo muy alto", dice Cynthia Pérez, directora de atención y coordinación institucional de la Comisión Mexicana de Ayuda a los Refugiados (COMAR). "Diferentes agencias han sido capacitadas para asegurar que identificamos a todos los niños que han sufrido violencia, con el fin de ofrecerles la oportunidad de solicitar asilo", añade.

Los países del llamado Triángulo Norte de Centroamérica se encuentran entre los más peligrosos del mundo, ya que la Mara Salvatrucha y su rival, Barrio 18, luchan para ampliar sus imperios criminales, convirtiendo las calles en zonas de guerra y a los jóvenes en mercenarios.

Las pandillas realizan actos criminales que van desde asaltos, extorsiones y secuestros, hasta tráfico y venta de droga. Los jóvenes atrapados en este caos se enfrentan a acoso, agresiones y reclutamiento forzado por parte de las pandillas.

"Huir es la única opción si no quieres unirte a las pandillas", cuenta Anderson. Las promesas que hacen las maras de una buena remuneración y protección rápidamente se convierten en amenazas. Los hermanos Sánchez tuvieron la mala suerte de vivir en un barrio controlado por una mara, mientras que la escuela a la que asistían estaba en el territorio controlado por otra. Su viaje a la escuela significaba que ellos traicionarían no solo a una, sino a ambas.

"Yo me matriculé en una escuela secundaria, pero nunca asistí", dijo Anderson. "No quería cruzar de una zona a otra. Era muy peligroso".

Mantener la cabeza baja y evitar a las maras tampoco es una garantía de seguridad.

"Solíamos ir a un campo de fútbol para jugar", cuenta Anderson. "Pero una vez los pandilleros nos vieron y nos siguieron hasta casa, así que no pudimos volver a jugar fútbol en el campo".

Pero ahora pueden respirar más tranquilos en su nuevo hogar temporal, situado en un barrio tranquilo a las afueras de Tapachula. Esta ciudad del sur, cerca de la frontera con Guatemala, es un centro neurálgico para los refugiados que vienen de Centroamérica. Es aquí donde los hermanos Sánchez tuvieron conocimiento de su derecho a solicitar asilo en México a través de COMAR.

https://youtu.be/rE9536D3YlM Hermanos salvadoreños llegan a México huyendo de la violencia de las pandillas

El número de solicitudes de asilo en México aumentó en un 152% en la primera mitad de 2016 en comparación con el año anterior. ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, espera que México reciba más de 8.000 solicitudes este año, el 95% de las cuales provienen de ciudadanos de El Salvador, Guatemala y Honduras.

La solicitud de asilo de los hermanos Sánchez se complicó cuando su padre los abandonó.

"COMAR me dijo que sin un tutor legal, Anderson y Jairo podrían ser tutelados por los servicios de menores", dice Moisés. "Pero no puedo dejar que los separen de mí".

A pesar de que México ha mejorado las condiciones de acogida para los refugiados y les ofrece más alternativas, muchos menores que buscan asilo aún terminan en centros de detención. ACNUR hace un llamamiento para que esta práctica cese por completo. Mientras se trabaja en esta cuestión, Moisés lucha por quedarse con sus hermanos. Él ha podido reclamar la custodia legal de sus hermanos para evitar que les separen.

En agosto, a los tres hermanos Sánchez se les concedió el asilo en México. Fue un momento de mucha alegría y alivio, pero para estos tres jóvenes refugiados, que ahora están solos, aún queda mucho camino por delante.

"Los menores no acompañados no solo necesitan acceso al asilo en México, sino . . . también el acceso a servicios de educación, salud y psicología."

Los hermanos Sánchez forman parte de los 2.500 solicitantes de asilo en México que han recibido apoyo económico y de otro tipo en el primer semestre de 2016 por parte de ACNUR, pero Moisés aún trabaja casi todos los días y gana 700 pesos, un equivalente a $37 dólares a la semana. Espera poder ahorrar para poder empezar una nueva vida con sus primos, que están en el norte de México.

"Quiero que mis hermanos puedan estudiar y estar a salvo, seguros en casa. Ha pasado mucho tiempo desde que tuvieron eso", dijo Moisés.

Ni Anderson ni Jairo han podido asistir a la escuela desde hace más de un año. Pasan los días paseando por las tranquilas calles, disfrutando el poder estar afuera de nuevo.

Cuando tienen 15 pesos (0,80 dólares) para gastar, se dan el lujo de jugar a la Xbox durante media hora en un centro de juegos. Pasan el resto del tiempo con sus teléfonos en la esquina de una calle, donde han encontrado una red de WiFi gratuita.

"Es la red de internet de la escuela pública. Pero como nosotros no tenemos tarjetas de residencia, aún no podemos ir a la escuela", dijo Anderson, señalando el patio de la escuela al otro lado de la calle.

Puede que los hermanos hayan encontrado algo de paz en México, pero todavía les queda un largo camino por recorrer.

Por James Fredrick