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Lámparas solares alumbran el futuro para estudiantes refugiados en Uganda

Historias

Lámparas solares alumbran el futuro para estudiantes refugiados en Uganda

Refugees graduating from primary school are getting better grades thanks to targeted assistance such as solar lamps that extend their study time. [for translation]
23 February 2012
Mientras que el promedio general de notas ha mejorado, la tasa de deserción escolar entre las niñas continúa siendo un desafío para los asentamientos de refugiados en Uganda.

ASENTAMIENTO DE REFUGIADOS DE KYAKA II, Uganda, 23 de febrero (ACNUR) – Moses Kilumba sabe todo acerca de estar desamparado. Cuando era niño, perdió a su padre durante disturbios tribales y políticos en la República Democrática del Congo. Junto con su madre y cinco hermanos, huyó hacia el este, a Uganda cuando tenía 10 años de edad, desertó de la escuela durante dos años porque su familia no podía pagarla.

Hoy en día, ha vencido estos obstáculos para convertirse en el mejor estudiante no sólo en el asentamiento de refugiados Kyaka II, sino también en todo el distrito de Kyegegwa, ubicado al oeste de la capital ugandesa, Kampala. Él se enteró de esto cuando se anunciaron los resultados de todo el país en los exámenes para terminar la escuela primaria a finales de enero.

"Crecer sin padre y ver a otras personas sufriendo me hizo estudiar arduamente", dijo Moses, ahora con 15 años. "Quiero ayudar a las personas desfavorecidas y hacer la comunidad mejor en el futuro".

Él es la prueba de como las fuertes motivaciones personales y programas específicos de asistencia han ayudado a los jóvenes refugiados a sobresalir en la escuela. De acuerdo con los resultados relativos a las escuelas primarias anunciados recientemente, los índices de promoción entre los estudiantes de cuatro asentamientos de refugiados en el sudoeste de Uganda han aumentado considerablemente en los últimos tres años. En los asentamientos de Kyangwali y Kyaka II, el índice de promoción de los refugiados fue superior al de las otras escuelas locales. En los asentamientos de Nakivale y Oruchinga, fueron los mismos. Estas mejoras alentadoras fueron el resultado de intervenciones específicas.

A partir de 2010, el Plan Presidencial de Emergencia de Ayuda contra el SIDA (PEPFAR, por sus siglas en inglés), financiado por los Estados Unidos, ha estado ayudando a los niños refugiados en Uganda, que debido al VIH y SIDA son huérfanos o están situación de vulnerabilidad. Gracias a este programa reciben ayuda material y apoyo escolar en forma de uniformes, mochilas, libros, artículos de papelería y otros materiales, así como becas completas para la escuela secundaria.

En los últimos dos años, el ACNUR también les ha proporcionado a estudiantes prometedores y refugiados lámparas solares recargables para ampliar su tiempo de estudio en lugares con poca o sin electricidad. Moses, que solía estudiar sólo media hora de la noche, ahora puede leer de 03:00 a 07:00 y prepararse para sus exámenes.

Ombeni Nusura, un compatriota congoleño de 13 años, solía esforzarse para ver sus libros bajo la luz de la luna de Kyaka II. Su madre apenas podía sostener los diez hijos por su propia cuenta y no podía darse el lujo de comprar parafina para iluminar en la noche. La situación cambió con la llegada de la lámpara solar y Ombeni consiguió uno de los puntajes más altos en el distrito de Kyegegwa.

Sus maestros también recibieron apoyo adicional. En octubre de 2010, sus salarios mensuales aumentaron de 200.000 a 300.000 chelines ugandeses (alrededor de US$ 85 a US$ 128). Esto ayudó a motivar y mejorar el desempeño y minimizar el hasta ahora elevado índice de rotación. Quince habitaciones fueron construidas para el alojamiento del personal docente, reduciendo tiempos de viaje y aumentando su tiempo con los estudiantes. Radios que funcionan sin pilas se distribuyeron a los profesores de las asignaturas con mejor desempeño y a los comités de padres y maestros. En la escuela primaria Sweswe de Kyaka II, el director fue elegido como el mejor maestro y más tarde ayudó a su clase de 26 estudiantes a aprobar sus exámenes de graduación.

Por otra parte, los padres desempeñaron un papel crucial. Ellos ayudaron a pagar exámenes de práctica para sus hijos y les daban almuerzos empacados siempre que los necesitaban. Junto con los líderes de los refugiados, fueron sensibilizados sobre sus funciones y responsabilidades para promover la educación y movilizar a otros para participar.

Ombeni lo resumió acertadamente cuando atribuyó su éxito a una combinación de "trabajo duro, determinación, sacrificio, apoyo de mi madre, profesores, amigos y ACNUR".

Y él no se duerme en sus laureles. Él quiere ir a la escuela secundaria y luego estudiar para convertirse en doctor. Su amigo Moses sueña con ser un ingeniero civil. Sin embargo, sin una beca y otras formas de apoyo escolar, no pueden continuar su educación.

La única escuela secundaria de Kyaka II es la escuela de orientación profesional de Bujubuli, una escuela comunitaria que además de ofrecer el currículo de escuela secundaria brinda clases de formación profesional. La escuela funciona gracias a los aportes de los padres, que a menudo son muy irregulares y tardíos. Aunque, el ACNUR pudo proporcionar equipos de laboratorio, herramientas de carpintería, equipo de abastecimiento, equipo de sastrería, camas y colchones para las residencias estudiantiles, la escuela lucha por contratar y mantener maestros calificados con el poco dinero disponible a través de las contribuciones. No hay alojamientos para el personal docente y por lo tanto poco incentivo para pasar más tiempo con los estudiantes o incluso para permanecer en el trabajo.

"Nos gustaría ver a la comunidad internacional invirtiendo mucho más para mantener el progreso de los estudiantes refugiados a nivel de educación primaria y para garantizar que los graduados puedan cursar estudios superiores", dijo Kai Nielsen, representante del ACNUR en Uganda. "Esta es la mejor manera de salir del círculo vicioso de la pobreza y la vulnerabilidad".

Hay casi 160.000 refugiados y solicitantes de asilo en Uganda, más de la mitad son de la República Democrática del Congo y, en menor número, de Somalia, Sudán, Ruanda y otros países de la región.

Por James Onyango y Julius Okello en Kyaka II y Kampala, Uganda