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Alumna estrella lucha por recuperarse y volver a brillar como la 'chica nueva' de la escuela

Historias

Alumna estrella lucha por recuperarse y volver a brillar como la 'chica nueva' de la escuela

3 September 2020
En su primer día de clases, Emily no era solo la chica nueva. También venía de otro país. Emily y su familia huyeron de Venezuela para iniciar desde cero en Ecuador, tal como lo hicieron otros cinco millones de venezolanos, en lo que es el éxodo más grande de la historia reciente de América Latina. Para Emily, adaptarse en su nueva escuela fue duro al principio, pero ahora está sobresaliendo por sus resultados académicos, a pesar de las dificultades causadas por la COVID-19 y el confinamiento.

Forzada a huir de su natal Venezuela, Emily inicialmente luchó por adaptarse a su nuevo entorno escolar. Y justo cuando pensaba que había vuelto a la cima, tuvo que afrontar los desafíos del aprendizaje virtual.


En su país de origen, Venezuela, Emily había estudiado en la misma escuela desde los tres años. Feliz y exitosa entre amigos y profesores ya conocidos, era la mejor alumna de su clase.

Así que, para ella, fue muy difícil cuando su familia tuvo que huir a Ecuador.

“Me asustaba ser la nueva por primera vez”, dijo Emily, recordando su primer día en la escuela en una ciudad en las afueras de Quito, la capital de Ecuador, donde su familia había buscado seguridad. “Me sentía rara porque siempre había ido a la misma escuela desde que era pequeña”.

Rodeada de nuevos compañeros de clase y maestros, y enfrentada a diferentes expectativas y formas de trabajar, sus calificaciones, antes estelares, cayeron precipitadamente. Siendo una adolescente de 13 años, la mudanza de la familia no podría haber llegado en peor momento. “Había comenzado a ir al primer año de secundaria, que es cuando tus amigos te invitan a salir y a las primeras reuniones de adolescentes y sentí que eso no lo iba a tener aquí”.

“Nosotras estábamos acostumbradas a que se fueran nuestros amigos”, agregó Emily, “pero no pensábamos que nos iba a tocar hacer lo mismo”.

“Me asustaba ser la nueva por primera vez”.

Además de su ansiedad social, Emily se encontró luchando por mantenerse al día académicamente, ya que tuvo que acostumbrarse a sus nuevos maestros y a sus diferentes expectativas. Incluso estaba sufriendo en sus materias favoritas, literatura y educación física. “En Venezuela era muy buena en estas materias y me gustaban mucho”, dijo ella.

A pesar de que no lo parezca, de alguna manera Emily, que ahora tiene 16 años, fue afortunada. Más de cinco millones de venezolanos han abandonado su país para escapar de la inseguridad generalizada, la inflación galopante y la inestabilidad política, viajando principalmente a otras partes de América Latina y el Caribe.

La mayoría de los países que ahora acogen venezolanos han dado acceso a sus sistemas educativos formales a los niños, niñas y jóvenes, aunque algunos aún no reconocen los certificados de aprendizaje venezolanos, mientras que otros exigen documentos para el ingreso a la escuela que las familias desplazadas no trajeron consigo.

Pero Ecuador, que hasta ahora ha acogido a unos 400.000 refugiados y migrantes venezolanos, ha promulgado una legislación que garantiza a todos los niños y niñas en su territorio el derecho a estudiar en sus escuelas públicas, independientemente de su nacionalidad o situación migratoria. Gracias a este derecho, al menos 43.000 niñas y niños venezolanos cuyas familias se han registrado como refugiadas están matriculados en escuelas ecuatorianas, según estadísticas del gobierno.

Cuando Emily se adaptó a su nueva escuela, su situación cambió. Se hizo amiga de sus compañeros de clase y empezaron a invitarla a hacer la tarea juntos. Durante el segundo año, no sólo sacó las mejores notas de la clase, sino que ganó las elecciones para ser presidenta del Consejo Estudiantil.

“Nosotras estábamos acostumbradas a que se fueran nuestros amigos, pero no pensábamos que nos iba a tocar hacer lo mismo”.

Sin embargo, aún vendrían más interrupciones. Después de unos dos años en Ecuador, al padre de Emily le ofrecieron un trabajo en la parte norte de Quito y la familia se mudó nuevamente. Esta vez, encontrar lugares en la escuela fue mucho más difícil, ya que todas estaban llenas.

Preocupados de que las niñas pudieran volver a quedarse atrás mientras esperaban lugares en la escuela, la familia las inscribió en un curso en línea de Venezuela que cubría algunas de las materias que habían estado aprendiendo en Ecuador. Aunque originalmente se pensó como una solución temporal, sí significó que cuando el coronavirus comenzó a extenderse por Sudamérica y las escuelas se vieron obligadas a cerrar sus puertas, Emily y sus hermanas ya habían pasado unos meses acostumbrándose al aprendizaje virtual.

Una vez más, tuvieron un golpe de suerte, ya que la buena conexión a Internet en su casa les permitió continuar con sus estudios. Sin embargo, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos, solamente el 37% de estudiantes tiene acceso a internet. Esta cifra disminuye considerablemente en el caso de familias desplazadas, quienes suelen vivir en situaciones precarias.

Si bien las niñas están felices de poder continuar con sus estudios durante la pandemia, el aprendizaje en línea ha tenido un costo emocional.

“Me gusta el contacto con la gente y por esto me gustaría regresar a una escuela presencial”, dijo Emily, agregando que, bajo el actual confinamiento, no ha tenido la oportunidad de hacer amigos en su nueva ciudad de acogida. “No sé cuándo esto se va a acabar y me pregunto si el próximo año me podré graduar”.