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De la trata al reasentamiento: La historia de una refugiada somalí y su hija

Historias

De la trata al reasentamiento: La historia de una refugiada somalí y su hija

El calvario de una refugiada somalí después del secuestro de su hija destaca el problema de la trata de personas. Esta historia tuvo un final feliz, pero muchos no.
15 October 2010
Joven somalí refugiada en Yemen. Las mujeres jóvenes son las principales víctimas de la trata de personas.

ADÉN, Yemen, 15 de octubre (ACNUR) – Hace muchos años Khadija* tuvo en su Somalía natal un gesto de solidaridad. Cuando en Yemen se lo pagaron con la traición raptando a Khadra*, su hija adolescente, para Khadija fue la coronación de una vida de sufrimientos.

Todo parecía perdido y de pronto la vida dio un vuelco: Khadija se reencontró con Khadra, por recomendación del ACNUR fue aceptada para el reasentamiento en el norte de Europa y una sentencia que hará historia condenó a los raptores (una antigua amiga de Khadija y dos cómplices) a diez años de prisión por trata de seres humanos, la industria criminal de más rápido crecimiento en el mundo.

El caso, el primero en su tipo en la historia de Yemen, sienta un importante precedente. Porque Khadra logró escapar ilesa, pero en todo el mundo miles de personas con menos suerte, incluyendo a refugiados, son víctimas de redes de trata de seres humanos y sufren explotación, privación de la libertad, violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, explante clandestino de órganos, tortura física o psicológica y otras formas de abuso. Los más vulnerables son los más jóvenes.

"Mi vida está sembrada de desgracias", cuenta Khadija. Ya era adulta cuando su patria estalló en pedazos causando decenas de miles de muertos y cientos de miles de desplazados forzosos. Tenía una tienda de alimentos en el puerto norteño de Bossasso, pero un conflicto entre clanes se cobró su matrimonio y no le dejó más remedio que subirse a la lancha de un contrabandista, cruzar el golfo de Adén y reparar en la costa yemenita. "Sobreviví al trauma de huir de mi país en 1999 dejando atrás a mi madre y a mi hija, en Yemen me amoldé a vivir en la pobreza". En 2002 Khadija volvió a Somalía a buscar a su hija.

En Bossasso se había hecho amiga de Fátima*, la refugiada etíope que terminaría traicionándola. "Una tarde mientras estaba atendiendo a un cliente oí gritar a una mujer pidiendo ayuda", recuerda. "Salí corriendo y la vi forcejear con un hombre que estaba tratando de violarla. Me puse a gritar y al final el tipo se fue".

En aquel entonces Khadra tenía dos años y Khadija se llevó a Fátima a vivir a su casa. "Me llamaba madre, yo la trataba como a una hija más. Se quedó con nosotros hasta que se casó, en 1998, y la perdí de vista".

Sus caminos volvieron a cruzarse en Adén en septiembre del año pasado. "Me sorprendió su nivel de vida. Tenía una casa con cuatro dormitorios y tres empleadas domésticas. Cuando le ofreció trabajo a Khadra pensé que lo hacía para devolverme el favor".

Tres semanas más tarde Fátima la llamó por teléfono para avisarle que había echado a su hija. "No entendía por qué, pero no hice ninguna objeción. Simplemente la fui a buscar y me la traje con todas sus cosas". Al día siguiente, Khadra había desaparecido.

"Pasé toda la noche sin dormir y al final volví a la casa de Fátima. Me dijo que no sabía nada, pero me di cuenta de que mentía porque en un rincón del cuarto había una bolsa de plástico con ropa de Khadra". Aunque según la policía no era una prueba suficiente para actuar, Khadija no se resignó. Terminó descubriendo que Khadra era prisionera de un tratante de la provincia de Shabwa que vendía jóvenes africanas para que trabajaran como sirvientas o como esclavas sexuales en Arabia Saudita.

"La primera vez que lo llamé me dijo que me la devolvería si le daba 250 dólares. La segunda me pidió 1.000 dólares", recuerda Khadija. "Pero yo no los tenía. Necesitaba ayuda y fui a la policía. Al final, mientras las autoridades de Shabwa arrestaban a los dos traficantes con los que Khadija había negociado, la policía de Aden fue a buscar a Fátima".

Era arriesgado, porque Khadra seguía en manos de la organización y días más tarde llamó aterrorizada implorando que la policía soltara a Fátima y a sus cómplices. Una voz masculina le dijo a Khadija que tenía que colaborar si quería volver a ver con vida a su hija.

La amenaza surtió el efecto contrario. "Me convencí de que la única garantía de la vida de mi hija era que todos esos criminales fueran a para a la cárcel. Nunca perdí la esperanza, dentro de mí una voz me susurraba que mi hija estaba viva".

De repente, en febrero de este año, Khadija recibió una llamada desde Somalía. "Era mi hija. Las autoridades saudíes la habían arrestado y deportado a Mogadiscio". Khadija volvió por segunda vez a buscarla y al poco tiempo ACNUR les propuso reinstalarse en Europa septentrional.

Khadija recibió la oferta con entusiasmo pero necesitaba ponerle fin a la historia. "Sabía que no iba a vivir en paz mientras no procesaran a los raptores de mi hija". Madre e hija se subieron al avión a finales de septiembre, una semana después de que un tribunal de Adén condenara a Fátima y a sus cómplices a 10 años de prisión más 3.000 dólares de resarcimiento. "Por fin tengo la cabeza libre para pensar en un nuevo hogar y un futuro para Khadra", concluye Khadija con una sonrisa.

* Los nombres han sido cambiados por razones de protección

Por Rocco Nuri en Adén, Yemen