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Los residentes de Luhansk se esfuerzan por reanudar una vida normal tras el conflicto de Ucrania

Historias

Los residentes de Luhansk se esfuerzan por reanudar una vida normal tras el conflicto de Ucrania

Casi un año después de que se anunciara oficialmente un alto el fuego prosiguen los tiroteos y los asesinatos esporádicos en ambos bandos.
2 October 2016
Anzhela Bulich, de 22 años, es una madre sola de tres hijos cuya vivienda resultó dañada durante las hostilidades de 2014 en la región de Luhansk, al este de Ucrania.

Andrei Lubyanoy cuida él solo de sus tres hijas de corta edad, una tarea noble aunque difícil en cualquier circunstancia. En la región de Luhansk, al este de Ucrania, esta tarea es aún más ardua.


Durante las hostilidades de 2014, que se cobraron miles de vidas y provocaron el desplazamiento de cientos de miles de personas, sus hijas Anya, de 9 años, Yana, de 11 años, y Rita, de 13 años, estuvieron a punto de perder a su padre.

Lubyanoy explica que un grupo de combatientes armados, creyendo que era un espía, le dispararon en las piernas durante un interrogatorio.

"No tiene importancia, las heridas se curaron," dice Lubyanoy, de 38 años, con un optimismo desesperado.

Gana menos de 50 dólares al mes haciendo trabajos esporádicos, y sus hijas se turnan para cocinar, realizar las tareas domésticas y cuidar de la huerta.

Están entre los centenares de familias de la región de Luhansk que necesitan ayuda urgente y cuyo derecho a recibir la ayuda humanitaria oficial no está claro.

Medio millón de personas huyeron del conflicto en Luhansk, de las cuales, según las estimaciones, han regresado 150.000; la mayoría de ellas han vuelto a sus casas y apartamentos, por lo que no son considerados refugiados.

"Muchos regresan porque no pueden pagar el alquiler ni sus gastos diarios al haberse suspendido sus pensiones y prestaciones," señala Pablo Mateu, representante del ACNUR en Ucrania.

"Sus vidas ya eran difíciles antes del conflicto y el desplazamiento no ha facilitado precisamente las cosas"

Ahora, cuando han transcurrido dos años desde el inicio del conflicto y casi un año después de que se anunciara oficialmente un alto al fuego, prosiguen los tiroteos y los asesinatos esporádicos en ambos bandos.

La región sufre marginación debido al derrumbe del sector del carbón y las industrias pesadas, y al alza de los precios. Por todas partes hay signos que recuerdan el conflicto.

En agosto de 2014, varios oficiales militares ocuparon durante un breve período la casa de dos plantas que Lubyanoy tenía en el pueblo de Georgievka y que quedó muy deteriorada, ya que, antes de abandonarla, los oficiales arrojaron una granada en el sótano.

Los bombardeos que se produjeron en el pueblo durante los enfrentamientos armados causaron daños en el tejado, las paredes y las ventanas.

Lubyanoy dice que no tiene ánimos para entrar en la sala de estar, donde solían estar los militares, y menos aún de renovarla.

Lubyanoy y sus hijas viven hacinados en una habitación diminuta con dos literas y un televisor pequeño y anticuado.

El ACNUR sufragó los gastos de reparación del tejado y el aislamiento de las paredes antes de que comenzaran las lluvias otoñales y las tormentas invernales.

"No vivimos, solo sobrevivimos"

Pero la lista de las necesidades de la familia sigue siendo extensa. A las niñas se les ha quedado pequeña la ropa de invierno y necesitan material escolar y libros de texto.

Su madre se marchó de Luhansk años antes de que se produjera la huida masiva de refugiados y no pueden localizarla.

Rita corre el riesgo de perder la visión de un ojo a causa de una lesión sufrida en la infancia y estuvo muchos años sin recibir tratamiento. Sin embargo, su tarjeta de identidad quedó destruida durante el conflicto y no puede salir de Luhansk, ni siquiera para ir a una clínica para recibir tratamiento gratuito.

Cuando le preguntan si las niñas necesitan juguetes – tienen un oso de peluche muy deteriorado y varios juguetes viejos – Yana responde: "No los necesitamos. Ya somos mayores".

Muchos otros adultos dicen que subsisten con los escasos salaries o las pensiones que perciben y no pueden costearse la reparación de sus viviendas.

"No vivimos, solo sobrevivimos", comenta Olga Bondarenko, de 48 años, en su pequeña vivienda sita en el pueblo de Khryaschevatoe, que resultó dañada durante los enfrentamientos que tuvieron lugar en agosto de 2014.

El ACNUR ayudó a reparar el tejado de su casa pero una de las tres habitaciones está demasiado deteriorada y no se puede vivir en ella, y su salario mensual de 2.400 rublos (37 dólares) no es suficiente para pagar los materiales de construcción.

"Ahora que se aproximan los fríos del invierno, es necesario intensificar el apoyo que prestamos a los repatriados y a los que viven en los pueblos cercanos a la línea divisoria", explica Pablo Mateu, representante del ACNUR. "A pesar de todas las dificultades, las personas muestran una gran resiliencia en los dos bandos e intentan restaurar sus casas y reconstruir sus vidas".

Los que decidieron permanecer en Luhansk o los que regresaron después de huir temporalmente a otra región de Ucrania o a Rusia, dicen que este es el lugar al que pertenecen.

"No hay nada como el propio hogar", señala Anjela Bulic, de 22 años, desempleada y madre de tres hijos, que comparte una vivienda en el pueblo de Novosvetlovka con otras varias familias y dos cabras.

Son escasas las personas fuertes y decididas a reconstruir sus hogares de manera independiente.

Una de ellas es Alexander Solyanoy, de 43 años, un medico que vive en un piso alquilado en Luhansk con su esposa y sus dos hijos mientras restaura laboriosamente su casa incendiada en el pueblo de Khryaschevatoe.

"Estaba diciendo adiós a mi vida y grabé un mensaje en un dictáfono".

Envió a su familia a casa de unos parientes que viven en Rusia y se ocultó en un sótano diminuto durante muchos días y muchas noches mientras a su alrededor se sucedían las batallas con artillería, las explosiones de minas y las granadas, los saqueos y los incendios.

"Estaba diciendo adiós a mi vida y grabé un mensaje en un dictáfono," recuerda este hombre de 43 años, de pie junto al sótano. "Tenía miedo de que se derrumbaran las paredes estando yo dentro".

La situación después del conflicto no era menos aterradora: viviendas vacías, escasez de alimentos, de electricidad, gas y agua corriente, y montones de basura quemada que anteriormente eran los muebles, los utensilios de cocina, los juguetes y los libros de los Solyanoys, que él y su mujer tardaron casi un año en eliminar.

Su esposa, Marina Solyanaya, dentista de 37 años, dice que el pueblo era como un cementerio y pensaba que nunca volvería a vivir allí.

Sin embargo, ella y su esposo tuvieron el valor suficiente para volver a ejercer sus antiguas profesiones y comenzar a reconstruir su vivienda.

"En definitiva, lo que queremos es olvidarlo todo y empezar de nuevo", dice mientras sirve té hecho con menta fresca de su huerta.

Por Mansur Mirovalev, en Luhansk, Ucrania.

Gracias a la Voluntaria en Línea Luisa Merchán por el apoyo ofrecido con la traducción del inglés de este texto.