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Té y solidaridad: los iraquíes ayudan a sus compatriotas refugiados en Siria

Historias

Té y solidaridad: los iraquíes ayudan a sus compatriotas refugiados en Siria

With most Iraqi refugees living in cities, volunteers in an innovative programme provide a lifeline to the most vulnerable. [for translation]
31 December 2009
Lamia plays with some children during a home visit to one of the families she assists. [for translation]

DAMASCO, República Árabe de Siria, 31 de diciembre (ACNUR) – Dos mujeres se encuentran a bordo de un taxi colectivo, una anciana y visiblemente angustiada, la otra más joven, culta y extrovertida. No se conocen, pero la más joven se da cuenta de inmediato de que tienen algo en común: ambas son refugiadas iraquíes a la deriva en la capital siria.

"Le pregunté qué le pasaba", recuerda Lamia*, la mujer más joven, delante de una taza de dulce té iraquí. Maysoun*, la mayor de las dos, "había perdido su pasaporte y se dirigía a diferentes ministerios. Estaba muy cansada, así que la llevé a mi casa".

Pero Lamia no se quedó ahí, sino que hizo una colecta para ayudar a Maysoun y su familia, e incluso consiguió que Maysoun pudiera operarse gratuitamente de cálculos renales. Fue gracias su ingenio, solidaridad y generosidad que Lamia obtuvo hace un año un puesto de voluntaria en los servicios sociales de Damasco, en el marco de un programa innovador en el que los iraquíes exiliados ayudan a sus compatriotas refugiados.

A diferencia de los campos de refugiados tradicionales en los que ACNUR puede proporcionar fácilmente servicios a miles de refugiados a la vuelta de la esquina, los iraquíes en Siria se encuentran dispersos en las grandes ciudades. No solamente ellos tienen dificultades para llegar a las oficinas de ACNUR, por falta de transporte o de dinero, o por su mal estado de salud, sino incluso a veces ACNUR tiene problemas para localizar a los refugiados.

"Una de las cosas que hemos aprendido de la experiencia con refugiados iraquíes en Oriente Medio es que tenemos que ofrecer nuestros servicios de una manera nueva", dice Zahra Mirghani, trabajadora de ACNUR encargada de servicios sociales en Siria. "Los responsables de los servicios sociales y las personas que desempeñan funciones similares juegan un papel cada vez más importantes, ya que cada vez más refugiados viven en entornos urbanos en lugar de campamentos".

Es ahí donde entran en juego Lamia y otras personas como ella. En Siria, bajo la dirección de Zahra Mirghani, ACNUR ha movilizado a 80 voluntarias, todas ellas mujeres iraquíes, para que visiten a sus compatriotas refugiadas en sus domicilios, actuando como trabajadoras sociales, ofreciendo apoyo psicológico informal e informando a ACNUR de sus necesidades. Ellas y otros 12 grupos de voluntarios de apoyo, refuerzan la capacidad de ACNUR para cuidar de los ancianos, personas con discapacidad, niños o adolescentes no acompañados y de las personas con problemas psicosociales.

"Lo mejor de este trabajo es que no piensas en ti mismo, porque te centras por completo en los demás", dice Lamia, de 40 años, quien era profesora de inglés antes de huir de Irak.

"Convertirte en refugiado puede resultar frustrante", admite, pero "ser voluntaria de los servicios sociales te hace tener un objetivo. Te permite ayuda a tu gente y a tu país, te hace sentir que estás realizando algo que vale la pena".

La bondad que manifestó hacia Maysoun se ha transformado en un apoyo continuado y más intenso al conjunto de su familia. Hoy ella visita a Maysoun en la casa de hormigón de una sola planta que comparte con la mujer siria que también estuvo casada con el difunto marido de Maysoun, así como con varios hijos y familiares de la mujer siria.

La mujer siria acogió a Maysoun y a la familia de su hijo tras su huida de Irak. Ahora Maysoun y su nuera, Leila*, viven en una pequeña habitación amueblada simplemente con una nevera, un armario y una cama, que comparten con los cuatro hijos de Leila, todos menores de seis años.

El marido de Leila se encuentra detenido por las fuerzas militares en Irak. "La Cruz Roja, Dios les bendiga, me ha entregado sus cartas", explica. "Tengo que esperar entre cinco y seis meses para recibir una carta".

Hoy, tras meses hablando por teléfono con Lamia, Leila está contenta de ver en persona a su voluntaria de los servicios sociales.

"A veces la gente sólo necesita hablar", dice Lamia más tarde. "Es posible que su problema no tenga solución, pero quieren hablar de ello. Así que me conformo con escucharles. Trato de hacerles sentir que alguien les está escuchando, que alguien se preocupa por ellos".

*Los nombres se ha modificado para preservar la identidad de las personas.

Por Farah Dakhlallah, en Damascos, República Árabe Siria