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¿Acaso no puedo amar?

Historias

¿Acaso no puedo amar?

Personas LGBTI refugiadas en Canadá hablan de su viaje hacia la seguridad y muestran con orgullo quiénes son.
16 May 2019
Exposición fotográfica "¿Acaso no puedo amar?"

Fueron golpeadas, torturadas, amenazadas de muerte… solo por amar a quien amaban o por no querer esconder quiénes eran en realidad. La exposición fotográfica “¿Acaso no puedo amar?”, comisariada por la organización sin ánimo de lucro JAYU con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, muestra retratos e historias en primera persona de refugiados y solicitantes de asilo LGBTI que viven en Canadá.

Estos retratos creativos e íntimos, tomados por jóvenes canadienses de comunidades subatendidas, son el resultado del taller de fotografía de JAYU. Bushira Nakitende, ugandesa de 19 años, fue una de las fotógrafas. Retrató a Biko, una activista keniana, refugiada y transgénero.

“Es una mujer muy fuerte”, dice Bushira. “Imagine ser una persona refugiada, tener que huir para salvar tu vida porque no puedes cambiar quién eres”.

Bushira quería simbolizar la admiración que siente por Biko a través de su retrato: “Se nota la carga que lleva sobre sus hombros. Cuando se quitó el abrigo, fue como si se librara de ese peso. Y sigue creciendo”.

Al término del reportaje, Bushira tenía la sensación de que Biko era de la familia. Le dijo sin palabras todo lo que encierra esta exposición: “Siento tu dolor. No estás sola. Te queremos”.

Esta es una selección de los retratos y las historias de la exposición, contada por personas refugiadas y solicitantes de asilo con sus propias palabras.

 

“De niña me costaba mucho comprender lo que significaba ser ‘trans’, porque no había palabras para describirlo”.

Biko Beauttah, Kenia

Si te identificas como gay, lesbiana, bisexual o transexual en Kenia, las cosas pueden irte muy mal. De niña me costaba mucho comprender lo que significaba ser trans, porque no había palabras para describirlo y no había ninguna persona trans que lo reconociera públicamente. Siempre tuve la sensación de que era diferente, pero también de que era especial. Viajé a Estados Unidos para estudiar en la universidad y fui por primera vez a un club gay en el que conocí a Maya Douglas — la primera persona trans que vi. En ese momento no solo descubrí lo que significaba ser transgénero, sino que además era así como yo me veía. Me sentí liberada. Ese año, por Halloween, me vestí como mujer por primera vez y por fin me sentí en mi propia piel. Sabía que no podía volver a Kenia porque podrían matarme, así que solicité asilo en Canadá en 2006. Estuve 36 horas detenida al llegar y después pasé los primeros seis meses en un albergue para refugiados hasta que mi casero aceptó por fin alquilarme un apartamento. He salido en el programa de Tyra Banks y ahora soy una de las imágenes de la marca Nordstrom. A pesar de estos éxitos, sigo experimentando transfobia aquí en Canadá, igual que todas las personas trans en cualquier parte del mundo.

“Inmediatamente supe que la vida nunca volvería a ser cómoda ni segura para mí en Pakistán”.

Muhammad Adeel Iqbal, 39 años, Pakistán

En Pakistán, ser homosexual se considera un terrible pecado. Es algo de lo que no se puede hablar. Si lo haces, pasarás el resto de tu vida en la cárcel. Empecé a entender que era gay a los 15 años. Estaba con mis amigos y había un chico con el que pasaba mucho tiempo. Nuestra relación se volvió sexual cuando tenía 18 años. Puesto que la homosexualidad es inaceptable en Pakistán, me casé con una mujer a los 27 años. Tuvimos un bebé. Yo seguía manteniendo relaciones sexuales con hombres en privado. Una noche, la policía me sorprendió en una fiesta gay en Lahore. Conseguí escapar pero la policía seguía intentando dar conmigo y denunciarme. Tenía un hermano en Toronto, así que solicité asilo en Canadá. Llegué aquí en octubre de 2018. La policía registró mi casa en Pakistán y emitió una orden de arresto. Mi esposa la leyó y se enteró así de que era gay. Se lo dijo a mi familia: dejaron de hablarme y me desheredaron. Inmediatamente supe que la vida nunca volvería a ser cómoda ni segura para mí en Pakistán. Aunque mi hermano vive aquí en Canadá, se enfadó y se disgustó mucho cuando se enteró de que era gay. No tengo palabras para explicar lo difícil que es para mí esta situación. He hecho nuevos amigos aquí y soy mucho más feliz con el rumbo que ha tomado mi nueva vida. Me siento seguro.

“Creían que me habían curado, pero yo sabía que nada había cambiado”.

Nicole, 25 años, Camerún

En Camerún, ser gay o lesbiana es considerado una maldición o una enfermedad. Tuve algunas experiencias sexuales con chicos en la secundaria pero nunca tuve la sensación de estar enamorada. Eso cambió cuando conocí a una chica y empezamos a pasar mucho tiempo juntas. Una noche nos besamos, pero todavía no estaba segura de qué significaba ser lesbiana. Pensé que no eran más que mis hormonas de adolescente. Nos volvimos a besar en la escuela y nos descubrieron. Mis padres dijeron que no lo iban a tolerar. Me suspendieron durante una semana. Empecé a ser víctima de acoso. Tuve la oportunidad de viajar al Reino Unido con una beca. Fue allí cuando comprendí lo que suponía ser lesbiana. También entendí que nunca podría ser yo misma ni sentirme segura si volvía a casa, así que solicité una beca para estudiar en Estados Unidos y me mudé a Oklahoma durante cuatro años. Cuando mi madre falleció volví a Camerún para asistir a su funeral. Fue entonces cuando mis parientes se enteraron de mi orientación sexual. Me desnudaron, me sentaron en una silla en medio del pueblo y realizaron una ceremonia que pensaban que me curaría. Hablaron en lenguas extrañas, gritaron y me rociaron con algún tipo de líquido o poción. Pasé tres o cuatro horas llorando y pidiendo ayuda. Ellos creían que me habían curado, pero yo sabía que nada había cambiado. Mi hermana en Canadá cayó en una depresión tras la muerte de mi madre y fui allí para ayudarla. Siempre pensé que sería algo temporal, pero un amigo gay me dijo que debía solicitar asilo. Al final decidí sincerarme con mi hermana y, aunque se enfadó mucho, me dio su apoyo.

“Mi padre me desheredó y me echó de casa”.

Antoine*, 28 años, Nigeria

De niño se metían conmigo porque “caminaba como una chica”. Mis padres me sorprendieron con un chico cuando tenía 13 años. Cuando mi padre se enteró me pegó tanto que me dejó una cicatriz en el brazo izquierdo; cuando salí corriendo me tropecé y me quebré los dientes frontales. No consigo olvidar esos recuerdos. Cambié de escuela y de comunidad. Pasaron los años y entré en la universidad, donde conocí a un amigo que acabaría convirtiéndose en mi pareja. Estuvimos juntos tres años en secreto antes de que su familia nos descubriera. Conseguí escondérselo a mi familia, pero cuando mi novio se puso muy enfermo tuve que sincerarme con mi madre. Se lo dijo a mi familia y mi padre me desheredó y me echó de casa. Mi madre me buscó un sitio en el que quedarme y siempre trató de protegerme, pero yo tenía la sensación de que Nigeria ya no era un lugar seguro para mí. Mi madre dispuso enseguida que viniera a Toronto, en Canadá. Llegué en agosto de 2018 sin conocer a nadie. Cuando llegué a Canadá tuve que quedarme en un albergue, pero ahora vivo de manera independiente y estoy a la espera de la respuesta sobre mi condición de refugiado. Mi madre es la única razón por la que hoy sigo vivo. Mi sueño es ir a buscarla un día al aeropuerto de Pearson y que esté orgullosa de su hijo.

Muhammad Adeel Iqbal, Antoine* y Nouran Hussein.

“Cuando llegamos a Toronto por primera vez rompimos a llorar de felicidad”.

Nouran Hussein, 23 años, Egipto

La primera vez que sentí que podía ser lesbiana fue en sexto curso, pero no quise admitirlo hasta que llegué a la secundaria. Tuve mucho cuidado de mantenerlo en secreto y escondérselo a todo el mundo. Soy de origen musulmán y sentía que nunca podría decírselo a mi familia. Cuando estaba en la universidad mi familia miró en mi celular y encontró los mensajes que me escribía con mi pareja. Me pegaron y no pudieron aceptarlo. Incluso me ingresaron en un hospital psiquiátrico durante una semana. En Egipto la comunidad LGBTQ está muy escondida y en general nadie puede mostrar su sexualidad porque la policía puede detenerte y torturarte por ello. Aunque no es solo la policía y el gobierno: la gente en general también. Conocí a Miral, mi pareja, a través de Instagram. Sabíamos que corríamos peligro, así que intentamos escapar. Viajamos escondidas por Egipto hasta que conseguimos un visado para abandonar el país como refugiadas. Llegamos a Toronto en junio de 2018 y ninguna de las dos ha mantenido el contacto con nuestras familias. Nunca nos pudimos imaginar que existiera un lugar en el mundo en el que pudiéramos andar libremente de la mano y besarnos en público. Cuando llegamos a Toronto por primera vez rompimos a llorar de felicidad.

“Côte d’Ivoire es un país muy pequeño en el que todo se sabe. Ya no me sentía seguro en ningún sitio”.

Hermann, 24 años, Côte d’Ivoire

Identificarte como persona LGBTI en Côte d’Ivoire no es fácil. Si intentas asociarte públicamente con la comunidad LGBTI, te dan una paliza. Puedes decirle a tu familia que te sientes diferente, que te gustan los hombres, y lo más normal es que piensen que estás enfermo y te echen a la calle. Conocí a un hombre y entablamos una relación, pero lo mantuvimos en secreto. Mi familia creía que no era más que una buena amistad. No nos sentimos cómodos hasta que ambos conseguimos una beca estudiar en Estados Unidos. Podíamos ser nosotros mismos y demostrarnos afecto en público. Cuando volví a Côte d’Ivoire un año después ya no podía seguir ocultándolo y decidí contárselo a mi familia. Mi madre lo aceptó pero mis tíos y el resto de mi familia dijeron que no me podía quedar con ellos. Empezaron a amenazarme diciendo que me matarían y me harían desaparecer. Fue aterrador. Côte d’Ivoire es un país muy pequeño en el que todo se sabe. Ya no me sentía seguro en ningún sitio. Afortunadamente, mi pasaporte tenía un visado canadiense del tiempo en que había vivido en Estados Unidos, así que decidí venirme a Toronto. Llegué en septiembre de 2018 acompañado de mi novio. Aquí nos sentimos muy cómodos. Nadie nos mira ni piensa que nos pase nada raro cuando andamos de la mano en público.

“Empecé a recibir amenazas de muerte y estaba siempre mirando por encima del hombro”.

Durene*, 19 años, Jamaica

Me di cuenta de que era lesbiana cuando tenía unos 12 años. Crecí en un hogar cristiano y mi madre y mis hermanos no iban a aceptar mi orientación sexual, así que decidí no decírselo a nadie y mantenerlo en secreto. Empecé a salir a escondidas con una persona que se identificaba como bisexual, y fue todo un desafío. No podíamos mostrarnos afecto en público a causa de la homofobia que existe en Jamaica. Al final rompimos porque ella tenía un novio en ese momento y decidió formar una familia con él. Con el tiempo, inicié otra relación informal y secreta con otra chica de mi comunidad. Después de haber practicado sexo, se lo dijo a una amistad y al final toda la comunidad se enteró de la experiencia, incluida mi familia. No se lo tomaron nada bien y empezaron a decirme cosas terribles. Empecé a recibir amenazas de muerte y estaba siempre mirando por encima del hombro. Alguien me dijo que si acudía a la policía, matarían a mi madre. En 2018 me invitaron a participar en un torneo de netball en Toronto. Estando allí, mi hermana me llamó para decirme que mi hermano pequeño había sido asesinado por las mismas personas que nos habían amenazado a mí y a mi familia. Mi madre reaccionó con mucha dureza y me acusó a mí, diciendo que era todo culpa mía. He solicitado la condición de refugiada y estoy esperando la respuesta. Estando aquí recibo mucho apoyo y las personas con las que vivo me aceptan como soy.

Durene*, Carine* y Rajesh Sakthivel.

“No puedes hacer pública tu orientación sexual y expresarte con libertad. Si lo haces, te golpearán o te torturarán”.

Jeff*, 35 años, Uganda

Nadie sabe nada sobre qué significa ser bisexual o transgénero en Uganda. Solo conocen los términos “gay” y “lesbiana”, pero incluso eso les parece totalmente inaceptable. No puedes hacer pública tu orientación sexual y expresarte con libertad. Si lo haces, te golpearán o te torturarán. Aunque vayas a la policía, en lugar de protegerte te arrestarán y te torturarán. La única opción es esconderse el máximo posible. Descubrí que era bisexual en la secundaria, cuando me di cuenta de que los chicos me atraían más que las chicas. Uno de mis amigos me mostró un bar LGBTI clandestino y allí me sentí por fin en casa. Encontré gente con la que podía conectar. Años después, empecé a trabajar en una organización clandestina de derechos humanos LGBTI después de que una mujer lesbiana fuera torturada por miembros de mi comunidad. Fuimos a socorrerla y la policía nos detuvo y nos acusó de promover la homosexualidad. Nos golpearon y nos torturaron. Llegó un momento en el que empecé a temer por mi vida y supe que tenía que irme de Uganda. Mi relación con mi familia se vio muy afectada. Se empezaron a difundir rumores de que la comunidad LGBTI apoyaba y financiaba a la oposición política y muchas personas en nuestra comunidad fueron objeto de ataques y vieron confiscadas sus computadoras. Llegué a Canadá en 2018. He solicitado la condición de refugiado y estoy esperando la correspondiente vista. Ahora vivo en Toronto, donde me siento libre y seguro.

“Solo podía pensar en salir corriendo”.

Carine*, 45 años, Camerún

Mi primera experiencia sexual fue con una chica en la escuela secundaria. En Camerún es muy normal casarse al terminar la educación secundaria. Mis padres oían rumores de que yo era lesbiana y me obligaron a casarme con un hombre. Estuvimos casados veinte años y tuvimos tres hijos. Trabajaba como enfermera en la unidad de policía y presencié en numerosas ocasiones arrestos y detenciones a personas LGBTI. Las golpeaban, las torturaban y en ocasiones llegaron a matarlas. A menudo estas personas gay morían en la cárcel y no se abría ninguna investigación. Mantuve una relación en secreto con una compañera del trabajo que también estaba casada. Una vez nos descubrieron juntas en el aparcamiento y la policía se lo contó a nuestros maridos. Mi marido llamó a mi familia y se lo dijo todo. Nos descubrieron una segunda vez en un hotel y el marido de mi compañera nos dio una terrible paliza. Recuerdo salir corriendo desnuda del hotel. Mi familia permaneció en silencio, decepcionada, pero nunca me volvieron a ver porque a partir de entonces estuve escondida. Solo podía pensar en salir corriendo. Dos de mis tres hijos habían venido a Canadá a estudiar y decidí unirme a ellos en 2016. En Canadá me siento cómoda porque puedo expresar mis sentimientos sin miedo. Mi marido y yo nos hemos divorciado y él se ha casado con otra mujer. Mi tercer hijo vino a Canadá poco después para estar con nosotros.

“Ni siquiera puedes usar la palabra ‘gay’ delante de otras personas, les ofende”.

Rajesh Sakthivel, 35 años, India

India es un país muy tradicional en el que la mayoría abraza el credo hindú. No aceptan a gays ni a lesbianas. Creen que son irresponsables y poco cultivados. Ni siquiera puedes usar la palabra ‘gay’ delante de otras personas, les ofende. Las familias llegan incluso a desheredar a sus parientes si descubren que son homosexuales. Durante mis estudios universitarios vivía en un hostal en el que compartía habitación con otro chico. Después de un tiempo tuvimos un episodio sexual íntimo y fue entonces cuando supe que era gay. La familia del otro chico se enteró y se enfadó muchísimo. Él acabó casándose con una mujer, pero a pesar de ello mantuvimos nuestra relación sexual. Al fin admití públicamente mi orientación y, casi inmediatamente después, unos hombres vinieron a darme una paliza. Me rompieron las costillas y casi no podía respirar. Fui al hospital y hablé con la policía, pero me amenazaron con castrarme y me dejaron dos días en el calabozo. Después de este incidente me mudé a otra provincia, a Gujarat. La pandilla que me había atacado me encontró y amenazó con matarme. Volví a casa a Chennai y supe que no había un sitio en la India que fuera seguro para mí. Le comenté mi situación a una persona y conseguí un visado para venir a Canadá. Llegué aquí en 2018 y me sentí libre.

* Los nombres se han modificado por motivos de protección.