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"Centro El Colibrí" del barrio Petare beneficia a niños y niñas refugiados, niños sin documentos y población local

Historias

"Centro El Colibrí" del barrio Petare beneficia a niños y niñas refugiados, niños sin documentos y población local

El Centro, que atiende a niños y niñas entre los 5 y 14 años, se ha recuperado con el apoyo de ACNUR y de la Fundación Luz y Vida.
10 December 2018
El Centro actualmente tiene una guardería y un aula comunitaria de niños no escolarizados de diferentes edades, entre los 5 y 14 años. La labor del centro comenzó hace 25 años, cuando las madres salían de sus casas a enseñar a los "niños sin nombre" a leer y escribir.

MIRANDA, Venezuela - En el corazón de Petare, el barrio más grande de América Latina, se encuentra el nuevo “Centro El Colibrí”, recuperado con el respaldo de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Venezuela y la Fundación Luz y Vida.

El trabajo de sus maestras es muy conocido en la comunidad Antonio José de Sucre, luego de 25 años de apoyo a niños que no tienen acceso al sistema de educación formal o tienen necesidades específicas.

“Los llamaban los niños sin nombre, porque eran niños sin derecho a la identidad y por ende sin derecho a la educación”, cuenta la licenciada en Trabajo Social y Magister en Psicología del Desarrollo Humano, Marisela Expósito, de la Fundación Luz y Vida, vinculada a la creación y actividades del centro, que beneficia a 119 niños y niñas refugiados, niños sin documentos y población local.

Actualmente tienen una guardería y un aula comunitaria de niños no escolarizados de diferentes edades, entre los 5 y 14 años. “Ellos tienen problemas de documentos, porque vienen de otro país. Es muy difícil que aquí en Venezuela se les dé documento a estos niños fácilmente. Entonces, para que no se atrasen, les damos la oportunidad de aprender a leer, escribir y hacer los cálculos básicos, entre otros”, explica la maestra Blanca Pérez, quien tiene ya once años dando clases en el centro.

“También son niños que no fueron registrados al nacer, tuvieron interrupciones en la continuidad de sus estudios o no están en capacidad de cursar estudios regulares por pobreza extrema, o niños separados o no acompañados, lo cual explica por qué en ocasiones sus edades no están acordes con el nivel a cursar”, agrega la maestra Leonilda Rojas, con doce años de experiencia en la guardería.

La labor del centro comunitario comenzó cuando las madres salían de sus casas a enseñar a los niños a leer y escribir. Luego se abrió un programa de formación para ellas, como maestras comunitarias, que además buscaba favorecer la legalización de los niños y su integración en el sistema educativo, con el apoyo de las instancias competentes.

“Las llamaban las madres cuidadoras y mi mamá fue una de ellas”, relata con orgullo la docente Francelis Ramos, quien fue alumna del centro hace 20 años y ahora sigue los pasos de quien luego se convirtió en una de las primeras maestras comunitarias.

“Conmigo estudiaban niños que no tenían documentos, partidas de nacimiento. Se los traían muy pequeños desde otros países y cuando llegaban acá lógicamente no tenían papeles. Eso sigue pasando actualmente. Cuando llegan a las escuelas les exigen documentación para poder inscribirse y, por no tenerla, no pueden certificar sus estudios. Para mí es una satisfacción personal poder ayudarlos. Siempre me ha gustado el trabajo comunitario, ya que por mi madre siempre he tenido esas influencias y crecí con su ejemplo”, asegura.

A pesar de ser valioso para la comunidad, con el paso del tiempo y por falta de recursos el “Centro El Colibrí” se fue deteriorando. Por eso la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados en Venezuela (ACNUR), a través de la Fundación Luz y Vida, acordaron promover la recuperación y adecuación de sus espacios.

“El cambio es notorio. Ellos nos prestaron ayuda para acomodar las ventanas y los techos, porque teníamos goteras, y ahora ya no entra el agua a las aulas. Las mesas de los alumnos fueron recuperadas, pintadas. Instalaron la bomba de agua y filtros para que los niños tengan agua potable. Los baños fueron reparados. Pusieron pocetas, lavamanos y agua directa, para que los niños no tengan que ir con un tobo hasta el baño cada vez que necesitan usarlo. Pintaron las paredes y más”, precisa Blanca Pérez.

Finalmente el centro está listo y ahora se busca “fortalecer las habilidades de los niños para el ejercicio de la ciudadanía y de sus derechos y el desarrollo de capacidades sociales, la convivencia, coexistencia y resilencia y lograr que reciban, igualmente, apoyo con la entrega de ropa y útiles”, destaca Marisela Expósito.

Las tres maestras invitan a los padres “a que traigan todos los días a sus hijos, porque El Colibrí va más allá de lo académico. Aquí aprenderán, al mismo tiempo, sobre valores, el respeto hacia los demás compañeros, el amor, la tolerancia y la importancia de confiar en ellos mismos. Nos encargaremos, junto a ellos, de que vayan creciendo con la seguridad y la certeza de que pueden ser algo más y ver materializados sus sueños”.

Con el apoyo de la Fundación Luz y Vida el centro permanece abierto para otras gestiones comunitarias, en alianza con el Consejo Comunal, con actividades dirigidas a facilitar orientación legal, servicio psicológico gratuito a la comunidad, actividades de fortalecimiento de lazos familiares y patrones de crianza positiva, así como la promoción de actividades de prevención y respuesta a la violencia sexual y de género y protección de la niñez.