Refugiada colombiana que había huido a Venezuela regresa a su país para empezar una nueva vida
Refugiada colombiana que había huido a Venezuela regresa a su país para empezar una nueva vida
Hace casi dos décadas, tras una tragedia familiar, Yoryanis Ojeda y su familia extendida se vieron obligados a huir de la violencia en su ciudad de origen en el norte de Colombia y acabaron buscando la seguridad en la vecina Venezuela, donde recibieron asilo.
Con el deterioro de la situación en su país adoptivo, Yoryanis y su familia decidieron regresar a Colombia, donde están rehaciendo sus vidas en un asentamiento informal que acoge a familias desplazadas de ambos países.
Cuando la familia volvió a Colombia en 2015, tras más de seis años en Venezuela, no tenían dinero ni sitio alguno al que ir. De modo que su unieron a otra decena de familias desplazadas que acampaba en una playa a las afueras de la ciudad costera de Riohacha, en el norte de Colombia.
“Aquí no había nada, solo arena”
“Aquí no había nada, solo arena”, recuerda Yoryanis, de 35 años y madre de dos hijos, que no era más que una adolescente cuando ella y 21 miembros más de su familia se vieron forzados a abandonar su ciudad natal de Matitas, al norte de Colombia, después de la muerte de su tío en 2002. “Empezamos a construir pieza a pieza nuestros propios cambuches, pequeños refugios construidos con planchas de plástico y metal”.
El pequeño asentamiento de la playa empezó a crecer a medida que la escasez de alimentos y medicinas en Venezuela empeoraba hasta alcanzar una situación cada vez más crítica. Se calcula que 4,3 millones de personas han abandonado Venezuela como consecuencia de la crisis, y ahora más de 318 familias (unas 1.000 personas desplazadas de ambos lados de la frontera) han desafiado a los elementos para construir refugios en el pujante asentamiento. El asentamiento, que recibe el apelativo cariñoso de “Brisas del Norte” por los vientos que soplan desde el Caribe, comenzó sin electricidad ni agua corriente. El mar también demostró ser una fuerza que se debía tener en cuenta. La línea de la costa está en constante recesión, lo que en ocasiones forzaba a los residentes a mover sus refugios, y las lluvias no hacían más que empeorar la situación.
Con todo, Brisas del Norte se ha convertido en un muy necesario hogar para Yoryanis, que lleva tras de sí casi 20 años de desarraigo, desde que su familia tuvo que huir de los paramilitares que controlaban secciones del territorio colombiano en aquella época.
“Mi tío fue asesinado en 2002 cuando yo era una adolescente”, nos cuenta, y añade: “era como un padre para mí. Desde esa noche mi vida se convirtió en una pesadilla”.
Después del crimen, Yoryanis y su familia se trasladaron en un primer momento a una ciudad cercana. Pero fueron descubiertos de nuevo por grupos armados que los volvieron a amenazar.
“Entendimos que ya no nos podíamos quedar en nuestro país”, dice. En 2009, más de veinte miembros de la familia extendida de Yoryanis escaparon a Venezuela a través de la frontera oriental de Colombia.
“Pasé varios años felices en Venezuela”
La familia buscó refugio en una parroquia de la ciudad costera de Maracaibo. Allí, oficiales informaron a ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, de que estaban alojando a una amplia familia desplazada desde Colombia que estaba necesitada de protección, y representantes de la Agencia se pusieron en contacto con la familia.
“Nos sometieron a una evaluación para verificar nuestra historia”, recuerda Yoryanis. “Nos preguntaron por nuestra ciudad natal, lo que le pasó a mi tío, las amenazas y nuestro desplazamiento en Riohacha. Al término de este proceso, nos concedieron asilo a todos”.
ACNUR también le dio a Yoryanis una pequeña subvención que le permitió ser autosuficiente y abrir un pequeño negocio: una tienda en la que vendía queso, huevos y otros alimentos. “Le estoy muy agradecida a ACNUR y a sus socios por esa etapa de mi vida”, dice. “Pasé varios años felices en Venezuela”.
Pero en 2015 la familia de Yoryanis se encontró de nuevo ante una encrucijada. La situación en Venezuela empeoraba rápidamente. La abuela de Yoryanis necesitaba fármacos para controlar una enfermedad crónica, pero su medicamento acabó por desaparecer de los estantes de las farmacias. La pareja de Yoryanis trabajaba como carpintero, pero su salario apenas les permitía cubrir las necesidades más básicas. Alimentar a sus dos hijos se convirtió en una lucha diaria. Al final, gran parte de la familia extendida terminó tomando la difícil decisión de volver a abandonar sus hogares y volver al país del que se habían marchado hacía seis años.
Fue una transición difícil para todos, pero sobre todo para lo hijos de Yoryanis: Eva de 11 años y Andrés, de 9, que habían vivido la mayor parte de sus vidas en Venezuela y se consideraban venezolanos a pesar de haber nacido en Colombia.
“Al principio estaban perdidos. Se sentían extranjeros”, cuenta Yoryanis. “No podían llamar hogar a este lugar, y echaban de menos Venezuela”.
“Tratamos de ayudarnos unos a otros todos los días”
Tras vivir en las calles de Riohacha, Yoryanis y su pareja decidieron unirse a la pequeña comunidad que se estaba formando en una playa vacía a las afueras de la ciudad. Su pareja aprovechó sus habilidades como carpintero para montar a toda prisa un refugio temporal. Cuando Brisas del Norte empezó a crecer con la llegada de más y más familias desplazadas, Yoryanis encabezó los esfuerzos para traer servicios básicos hasta la comunidad, para lo que organizó bingos y loterías para recaudar fondos con los que financiar la conexión a la red eléctrica pública.
“Ese fue nuestro primer logro común”, dice, y añade que ahora están tratando de conseguir el reconocimiento oficial de su condición de barrio con la ayuda de ACNUR. Ese reconocimiento allanaría el camino para acceder a servicios públicos como agua corriente, escuelas y clínicas de salud. Es un esfuerzo conjunto.
“Todos hemos tenido un pasado difícil, y por eso estamos todos muy comprometidos con nuestro futuro”, dice Yoryanis. “Tratamos de ayudarnos unos a otros todos los días”.